sábado, 14 de enero de 2017

Donald Trump y la transición geopolítica

UN NUEVO SECTOR DE LA CLASE DOMINANTE SE HA IMPUESTO RELEGANDO, DE MOMENTO, AL SECTOR MÁS NEOLIBERAL

Este conglomerado fundado en torno a la idea de la vuelta a unos EEUU reindustrializados pretende una ruptura del orden existente aunque no desde la vertiente progresista


Ha sido un error clamoroso. Prácticamente sin excepción, los medios de comunicación (NYT, WP, FOX News, CNN, CBS, los diarios europeos, los creadores de opinión, …) todos habían entronizado a Hillary Clinton como vencedora. Muy pocos nos habíamos atrevido a anunciar las posibilidades reales del anticandidato.

Clinton es la más genuina representante de la mundialización económica. La preferida de los grandes fondos de inversión. Del "establishment" político, de los "lobbystas" y de los sectores más belicistas del Pentágono. Tanto es así que al ahora presidente le fue negado el apoyo de su propio partido. Casi todos, demócratas o republicanos, se sumaron a la candidata demócrata. Contra todo pronóstico ganó Donald Trump. Un auténtico "outsider”. Su discurso es sólidamente conservador, aunque rompedor en las formas. Su defensa del patrioterismo norteamericano, enfrentando la concepción neoliberal de su contrincante, le ha hecho granjearse el favor de enormes sectores de trabajadores americanos. Ha sido una candidatura transversal. Se calcula que un 30% de la minoría negra, latina o por razón de sexo ha votado a Donald Trump. El personaje, ha sabido identificarse con una porción de los Estados Unidos: los WASP (blancos, anglosajones y protestantes), una América de trabajadores que ahora sufren bajo la crisis económica y que pretende recrear los Estados Unidos de Andrew Jackson [1829-1837] o Ronald Reagan [1981-1989]. El personaje es una enorme incógnita política. Su victoria es la resultante de una serie de corrientes subterráneas a nivel mundial que cuestionan el orden neoliberal. Sus expresiones electorales, desde el momento que la izquierda parlamentaria aceptó el discurso neoliberal y globalizador, provienen de la derecha. La implosión de la Unión Europea a la que estamos asistiendo, el Brexit, la caída del gobierno en Italia, el ascenso de la extrema derecha en Austria, Holanda y especialmente Francia señalan una línea de clara diferenciación política. Asistimos a un parteaguas, un antes y un después. Todo ello acompañado de la aparición de nuevos líderes políticos al margen del “establishment”. Por un lado, véase el caso de Venezuela, Brasil, Bolivia o Ecuador, por otro Syriza en Grecia, Ollanta Humala en Perú y su conversión posterior al campo Neoliberal o la irrupción de Podemos en España y las dudas que genera...

Sin duda, el hasta ahora presidente Obama no será recordado únicamente por el fracaso de su gestión, por sus promesas incumplidas o por su apoyo a nuevas guerras, sino porque su legado será Donald Trump. Cuando a Obama se le entregó el inmerecido Premio Nobel de la Paz, se comprometió a construir un mundo sin armas nucleares. Pero sus militares han disfrutado de los mayores presupuestos de la historia que han permitido perfeccionar nuevas cabezas nucleares. Ha cercado a sus "competidores", Rusia y China, con una muralla de armas sofisticadas, incrementando así la tensión internacional. No ha cerrado victoriosamente ninguna guerra, sino que ha abierto otras nuevas (Libia, Siria, Ucrania, Crimea…) La crisis económica se ha saldado trasladando sus consecuencias a las espaldas de los más débiles.

El balance de la administración Obama no puede ser más desolador. El supuesto control que se debería exigir a los fondos especulativos tras la crisis del 2008, ha quedado reducido a un manual de buenas intenciones. El gobierno demócrata salvó a los especuladores financieros inyectando 24,7 billones de dólares en el sistema. La deuda ha aumentado un 121%. La proporción de mano de obra empleada no sobrepasa el 66,1%. Se han creado únicamente 8,7 millones de empleos que equivalen a la mitad de lo deseable. La situación social no deja de empeorar. El número de personas que se han acogido a los bonos de comida (food stamps) para poder subsistir, no ha parado de subir, se ha doblado de algo más de 20 a cerca de 40 millones. La última reforma aplicada por el gabinete demócrata expulsó del sistema a más de 1.000.000 de personas por no poder acogerse a las nuevas regulaciones. Lo paradójico es que se están acogiendo a ese plan incluso personas que tienen trabajo, pero con un nivel salarial tan bajo que les es imposible la supervivencia. Los medios al unísono acusaron al candidato, ahora ganador, de "racista" (y es cierto, lo es) pero se olvidan que el presidente Obama es el responsable de la deportación de 2,9 millones de personas en los últimos seis años. El famoso" muro" ya está construido casi en un 40%.

El nuevo presidente norteamericano señala un punto de inflexión. Es un ejercicio desesperado para no perder la primacía mundial. Un nuevo sector de la clase dominante se ha impuesto relegando, de momento, al sector más neoliberal. Este conglomerado fundado en torno a la idea de la vuelta a unos EEUU reindustrializados pretende una ruptura del orden existente aunque no desde la vertiente progresista. El bloque dominante no es monolítico. Donald Trump se ha presentado como representante de la no-política. Así se ha granjeado una aureola especial: "Trump es uno de nosotros". Su contrincante era la representante del "establishment", seguidora al igual que el expresidente Obama de las tesis económicas de la escuela de Viena, su discurso ahondaba en la globalización y en el enfrentamiento militar contra Rusia y China. Hillary Clinton era en ese aspecto mucho más peligrosa que el nuevo candidato. Bajo la égida de Obama y Clinton el pentágono ya preparaba el escenario para un choque directo contra Rusia. Las declaraciones del candidato, así como la elección de sus asesores indican una visión más “práctica” de sus relaciones con Moscú sobre Siria y la crisis de Oriente Medio, y más cuando el ejército sirio está cerca de reconquistar Alepo. Washington no tiene otro remedio que reconocer el nuevo papel internacional de Moscú y más cuando Putin ha conseguido incorporar al eje que apoya a Siria a Egipto, Irán, Iraq, Líbano y Argelia. Trump seguirá apoyando a Israel; el “lobby judío” ha sido capaz de jugar con las dos barajas de los candidatos. Las relaciones con Arabia Saudita se mantendrán con la actual u otra casa gobernante. Los propios negocios particulares del candidato serán un buen cimiento para mantener esas relaciones. Irán es para Trump una auténtica piedra en el zapato, el apoyo a Israel es incompatible con la normalización de las relaciones con Teherán, será Rusia una pieza clave nuevamente para rebajar el tono en torno al caso iraní. Por otra parte, los nuevos equilibrios conseguidos en el apoyo a Hezbola, Siria e Iraq en la actual guerra contra el Daesh puede crear una base mínima que permita cuando menos rebajar la tensión. El acuerdo iraní-estadounidense firmado por Obama en 2016 no será aplicado: Barack Obama no tenía intención de cumplir el acuerdo como tampoco el nuevo presidente. China o India serán las beneficiarias indirectas.

La gran perdedora de esta elección ha sido nuevamente Europa. Los políticos europeos en un ejercicio de estupidez supina habían presupuesto la victoria de Hillary Clinton. Llegaron a insultar al candidato ganador. En el mes de septiembre, Martin Schulz, había dicho que Trump era un problema no solo para la UE, sino para el mundo entero, calificándolo poco menos que de payaso. La victoria de Donald Trump hizo que el terror recorriera las cancillerías europeas que rápidamente convocaron una reunión urgente. Fue la denominada “reunión del pánico”. Los politicastros, sin nadie más allá del Atlántico que les indicara la dirección a seguir, se sentían desorientados. La victoria de Trump va a acentuar las fuerzas centrífugas (la huida del centro hacia la periferia) que convergen en el diseño de la UE, para posteriormente generar un movimiento centrípeto que provocará en palabras de Jacques Sapir una nueva vuelta a los estados nación.

La Unión Europea va a sufrir las consecuencias de su pecado original. Nunca estuvo pensada para reducir las diferencias sociales entre diferentes países, sino como instrumento para introducir acríticamente la globalización económica, bajo la cortina de humo del europeísmo y la poderosa égida de Alemania. La renuncia a la unión política, como paso previo a la creación del euro, unido a la marcha de Reino Unido, al incremento electoral de las fuerzas antieuropeas y a la desazón de la ciudadanía, conduce ineludiblemente a la implosión de los organismos europeos en un futuro próximo. Los acuerdos sobre el CETA y el TTIP que apoyaban, contra sus propios pueblos, la mayoría de los parlamentarios europeos quedaran rotos. Trump mantendrá su palabra de no aplicar esos tratados internacionales en la forma como están redactados en la actualidad. Es posible que la OTAN (que continuará existiendo) sea el vínculo de unión entre los países europeos. Washington mantendrá e incrementará si puede su capacidad militar, primero porque es una fuente de empleo, segundo porque se ha convertido en un Estado dentro del Estado y en definitiva porque el ejército norteamericano es el garante último del dólar. El foco de tensión internacional continuará centrado en Asia Oriental, los mares que rodean al gigante chino continuarán siendo el centro de la disputa geoestratégica. La inexistencia de planes claros y definidos por el candidato en aspectos importantes de la política internacional, exceptuando las relaciones con Rusia, seguirán las líneas marcadas, al menos por un tiempo, por la administración demócrata saliente. Donald Trump es en este momento una incógnita. Pero ya podemos afirmar siguiendo a Immanuel Wallerstein, Emmanuel Todd, o Jacques Sapir, que vamos a asistir a la decadencia del Imperio de Estados Unidos.

EDUARDO LUQUE GUERRERO

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