Sin
paz con la Tierra, no habrá paz sobre la Tierra
Primeros ecos luego de la COP-21 en Paris
Resulta evidente que la
Humanidad atraviesa un momento complejo. Como nunca antes en su historia su
existencia está globalmente amenazada. No se trata ya de enfrentar problemas
aislados de sequías o de inundaciones, por ejemplo. Ahora los problemas
socio-ambientales provocados por el ser humano, (des)organizado en la
civilización capitalista, plantean retos globales. Todo indica que estamos
cerca de llegar a un punto sin retorno (o que quizás ya lo estamos superando…).
Frente estas realidades y amenazas se elevan muchas voces de angustia y también
propuestas de acción. A primera vista parecería que hay una coincidencia de que
se tiene que hacer algo. Al menos en el discurso, se acepta la necesidad de
replantear las lógicas de producción y de consumo de la sociedad moderna para
transitar por otros caminos con una relación más armónica con la Naturaleza.
Esa aceptación, sin embargo, no se ha traducido en logros concretos. Hasta
ahora. Recordemos que los esfuerzos desplegados desde la aprobación del
Convenio de Kioto en 1997 no se han cristalizado en resultados concretos. Más
aún, el fracaso de la COP 15, realizada en el año 2009, en Copenhague, sentó un
duro precedente. La desazón y desesperanza coparon el ámbito de acción en
Naciones Unidas. Y desde esa perspectiva, cuando era poco lo que se esperaba,
emerge como un logro el acuerdo global conseguido en la COP 21 en Paris, en
diciembre del 2015. En esa ciudad, sacudida poco antes por un brutal atentado
terrorista, 95 países miembros de la Convención de las Naciones Unidas contra
el Cambio Climático más la Unión Europea, a la que se considera un estado más,
alcanzaron un acuerdo contra el calentamiento global que implica a la práctica
totalidad del planeta. Sin embargo, como una primera gran conclusión podemos
determinar que, si bien lo logrado es significativo comparado con los fracasos
anteriores, resulta muy poco o definitivamente nada con lo que este reto global
demanda.
Para dudar de los aplaudidos alcances conseguido en Paris, cabría preguntarnos,
como lo hace Gerardo Honty, por qué “muy distintos actores, desde los grandes
exportadores de petróleo a las corporaciones globales, todos ellos, terminaron
aplaudiendo el acuerdo parisino. Si esos actores celebran el convenio, es que
sin duda no se están poniendo límites a la civilización petrolera”. Igual cosa
podríamos plantear desde la aceptación de los países exportadores de petróleo o
desde de sus mayores consumidores, como China y Estados Unidos, que también se
hallan en el coro de aplaudidores. Veamos unos cuantos aspectos relevantes.
Este Acuerdo, mundialmente aplaudido –sobre todo por los grupos de poder
político y económico- presenta muchas falencias y debilidades, a más de
marginaciones imperdonables. Noemí Klein pronto detectó que no aparecen
siquiera nombrados conceptos clave como “combustibles fósiles”, “petróleo” y
“carbón” y que la fenomenal deuda climática del norte hacia el sur brilla por
su ausencia. En el Acuerdo se han suprimido las referencias a los Derechos
Humanos y de las poblaciones indígenas, referencias transladadas al preámbulo.
Además, pasará un tiempo para que este Acuerdo entre en vigor: las distintas
partes tienen plazo entre abril del 2016 y mayo del 2017 para ratificar el
Acuerdo, que entraría en vigor en el año 2020.
Y una primera revisión de resultados sería en el año 2023. Los debates no
abordaron a fondo los puntos sensibles, en tanto los negociadores se esmeraron
en evitar los verdaderos problemas y menos aún proponer las verdaderas
soluciones. Los países poderosos y las transnacionales consiguieron que ningún
documento o decisión afecte sus intereses y se convierta en un obstáculo en la
lógica de acumulación del capital. No se cuestionó para nada la perversidad del
crecimiento ilimitado cuando ya son evidentes y feroces sus consecuencias socio-ambientales
sobre la Madre Tierra. No hay compromisos vinculantes de reducción de emisiones
de gases de efecto invernadero; entonces estas emisiones continuarán
aumentando. Tampoco se ha reconocido la deuda climática (mejor hablemos de
deuda ecológica) que tienen históricamente los países industrializados con el
mundo subdesarrollado; más aún, las grandes potencias, Estados Unidos y la
Unión Europea, no solo desconocen esa deuda, sino que hacen todo lo posible
para no aceptar sus responsabilidades pasadas y actuales en la desaparición de
glaciares, la subida del nivel marino y los eventos climáticos extremos. Al no
haberse adoptado medidas drásticas que limiten y hasta reduzcan la oferta de
combustibles fósiles, así como medidas que paren la deforestación, la
temperatura continuará subiendo, contrariamente a lo proclamado en París. A
modo de punto relevante, tengamos presente que el objetivo a largo plazo es que
la temperatura del planeta no sobrepase los 2 grados de aumento a final de
siglo (incluso se aspira a un objetivo más ambicioso de 1,5 grados) Sin
embargo, con los compromisos voluntarios de reducción de emisiones de efecto
invernadero, que han presentado los diferentes países en Paris, la temperatura
llegaría a sobrepasar los 3 grados. Y por cierto, en estas circunstancias, la
concentración de dióxido de carbono en la atmósfera seguirá aumentando. Vistas
así las cosas, no todo el contenido del Acuerdo tiene el mismo grado de
compromisos. Si los países no están obligados a cumplir los compromisos de reducción
de emisiones que han presentado, no habrá sanciones si no cumplen sus
ofrecimientos de reducción de emisión, pues quedarán en eso, en simples
ofrecimientos. Lo que se espera es que esos ofrecimientos se transformen en
compromisos aún más audaces a través de revisiones cada cinco años. El Acuerdo
no fija metas claras en lo que al pico de emisiones se refiere. Y tampoco
establece medidas a adoptar con el fin de descarbonizar la atmósfera.
No hay planteamientos concretos tendientes a combatir los subsidios que
alientan el uso de los combustibles o para dejar en el subsuelo el 80% de todas
las reversas conocidas de dichos combustibles, como recomienda la ciencia e
inclusive la Agencia Internacional de la Energía, entidad que de ecologista no
tiene un pelo. Si como ya anotamos no se cuestiona “la religión” del
crecimiento económico, en ningún punto se pone en entredicho el sistema del
comercio mundial, que esconde e incluso fomenta una multiplicidad de causas de
los graves problemas socio-ambientales que estamos sufriendo; tanto es así que
“el comercio internacional deberá proseguir sin obstáculos, incluso en un
planeta muerto”, al decir de Maxime Combes. Sectores altamente contaminantes
como la aviación civil y el transporte marítimo, que acumulan cerca del 10 % de
las emisiones mundiales quedan exentos de todo compromiso. Tampoco se afectan
para nada las sacrosantas leyes del mercado financiero internacional que, sobre
todo vía especulación, constituye un motor de aceleración inmisericorde de
todos los flujos económicos más allá de la capacidad de resistencia y de
resilencia de la Tierra. Y no hay compromisos orientados a facilitar la
transferencia de tecnologías destinadas a facilitar la mitigación y la
adaptación a los cambios climáticos en beneficio de los países empobrecidos.
Así las cosas, con este tan promocionado Acuerdo se abren aún más las puertas
para impulsar las que se conocen como falsas soluciones en el marco de la
“economía verde”, que se sustenta en la continuada e incluso ampliada mercantilización
de la Naturaleza. Así, con el fin de lograr un equilibrio de las emisiones
antropogénicas, los países podrán compensar sus emisiones a través de
mecanismos de mercado que involucren a bosques u océanos; o alentando la
geoingeniería, los métodos de captura y almacenaje de carbono, entre otros.
Para financiar todos estos esfuerzos se establece un fondo de 100.000 millones
de dólares anuales a partir de 2020. Esa cantidad, con seguridad menor a la que
han recibido los bancos en sus crisis recientes y que no constan en el Acuerdo,
podría ser ampliada en 2025; además, este fondo carece de previsbilidad y
transparencia. Por cierto el rigor de los compromisos cambia dependiendo de la
situación de los países: desarrollados, emergente y “en vías de desarrollo”:
eufemismo con el que se conoce a los países empobrecidos por el propio sistema
capitalista y su inviable propuesta de desarrollo. Este Acuerdo, en palabras de
Silvia Ribeiro, entonces, “se decanta por las opciones más conservadoras y
menos ambiciosas” que fueron propuestas durante las negociaciones. De lo
expuesto, que deberá ser complementado y profundizado con análisis aún más
detenidos y pormenorizados, es fácil concluir que los problemas
socio-ambientales globales luego de la COP-21 no encontrarán una solución de
fondo. Y así continuará la guerra en contra de la Tierra, causa directa de la
ausencia de Paz entre los seres humanos.
La Paz con la Tierra como mandato para la Paz sobre la Tierra
Aceptémoslo, los seres humanos para lograr que la Paz reine en la Tierra
debemos empezar por hacer la Paz con la Tierra. Para conseguir ese vital
objetivo, los seres humanos podemos y debemos convivir armónicamente con la
Naturaleza, con sus plantas, con sus animales, con sus ríos y sus lagunas, con
sus mares y sus manglares, con sus montañas y sus valles, con su aire, con sus
suelos y con todos aquellos elementos y espíritus que hacen la vida posible y
digna. Eso demanda un mundo en donde no sea posible la mercantilización
depredadora de la Naturaleza, en la que el ser humano sea una parte más de ella
y no un factor de destrucción. Y en donde, esto también es fundamental, se
asegure la vida digna para todos los seres humanos. Las guerras y el uso del
terror, independientemente de los argumentos que las invoquen, tanto como las
agresiones a la Naturaleza, destruyen las condiciones de vida digna en el
planeta. Para poder celebrar a diario la enorme riqueza de la vida en todos los
rincones de la Tierra, así como su gran diversidad biológica y cultural,
requerimos construir comunidades democráticas y libres. Y así, conscientes de
este mandato, retornemos a Paris. Más allá del mensaje que se puede obtener de
la COP 21, es preciso comprender las consignas de guerra desplegadas a raíz de
los atentados terroristas del 13 de noviembre pasado, y los redoblados
esfuerzos bélicos con que los enfrenta. Las políticas “defensiva” u “ofensiva”
para combatir el terror con más terror, a la muerte con más muerte, solo
conducen a un permanente adiestramiento para el genocidio, a la normalización
de los crímenes de guerra, al crimen selectivo como noticia favorita en los
medios de comunicación masiva. Debemos, por tanto oponernos a la
institucionalización de cualquier forma de violencia en la vida cotidiana. Y en
línea con el pensamiento del Mahatma Gandhi, estamos convencidos que no hay un
camino para la Paz, sino que la Paz es el camino. La mejor manera de combatir
esas fuerzas aterradoras, empeñadas muchas veces en el control de los
combustibles fósiles, como el petróleo en el Oriente Medio, por ejemplo, es
recuperando las miradas y cercanías con la Naturaleza. Es decir la capacidad de
fascinarnos con la diversidad de las formas de vida existentes en la Tierra; lo
que exige el respeto a las diversidades. Y todo esto para sembrar desde lo
cotidiano y en todos los rincones de la Tierra, nuestra Madre Tierra o
Pachamama, un compromiso de convivencia entre los pueblos entre sí, y de éstos
con la Naturaleza. Insistamos, en la tierra no habrá Paz, si no establecemos la
Paz con la Naturaleza. La Naturaleza explotada, contaminada, militarizada, es
la causa profunda de muchas violencias. Y lo son también las enormes y
crecientes brechas entre ricos y pobres en todo el planeta.
Esta realidad provoca miedo e incertidumbre por el futuro. Desata problemas
cada vez más complejos en términos de los cambios climáticos en marcha, que
amenazan la vida de los humanos en el planeta. Constituye una manifestación de
despojo para la mayoría de habitantes y de acumulación en beneficio de pequeños
grupos que han concentrado el poder en base a los extractivismos y la
mercantilización de la Tierra. Estas son las verdaderas fuerzas destructoras
que impiden las condiciones materiales y existenciales necesarias para la
realización de la vida digna para todos los habitantes del planeta. Por ello
tiene hoy más sentido que nunca, superando el miedo al terror, enarbolar la
bandera de la Paz, y enfrentar las agresiones contra la atmósfera, que provocan
el cambio climático; el agronegocio de los organismo genéticamente modificados
(los transgénicos) y los agrotóxicos; el desbocado extractivismo en los
territorios desde donde se obtiene -con verdaderas amputaciones ecológicas-
petróleo, gas o minerales. Y más aún si sabemos que esas agresiones son
sostenidas -siempre- con el uso de la fuerza, con la criminalización de los
defensores de la vida y en más de una ocasión con operaciones militares.
El Tribunal de los Derechos de la Naturaleza, respuesta desde la sociedad
civil
En las circunstancias descritas, sobre todo frente a los continuados
fracasos de los grupos de poder, que realmente no tienen interés en encontrar
las respuestas adecuadas a los problemas provocados por el cambio climático -es
decir por ellos mismos-, la sociedad civil propone respuestas y acciones creativas.
Es más, la sociedad civil no espera a que den fruto las acciones de los
poderosos. La sociedad civil en el Sur y en el Norte se ha puesto en marcha.
Resiste y propone. Así, ya desde hace dos años, desde la sociedad civil se
construye un espacio para denunciar e incluso sancionar éticamente los crímenes
que se cometen en contra de la Tierra y de sus hijos e hijas. Este Tribunal
Ético Permanente por Derechos de la Naturaleza, que ha realizado sesiones en
Ecuador, Perú, Australia y Estados Unidos, se reunió también en París en forma
paralela a la COP 21. En este espacio se analizan y juzgan las agresiones
contra la Naturaleza, considerando que ésta es la mayor guerra de agresión y
terror es la que se lleva a cabo en el mundo. Quienes conforman este Tribunal
Ético Permanente por los Derechos de la Naturaleza, en homenaje a todas las
víctimas de toda forma de terror, invitaron a recuperar y a construir los
espacios necesarios para propiciar democráticamente una vida en Paz. El desafío
es extraordinario. Detener el cambio climático y las agresiones a la Naturaleza
excede el marco de las cumbres gubernamentales y requiere del movimiento social
global más poderoso de la historia que conecte las distintas luchas de justicia
ambientales, económicas, feministas, indígenas, urbanas, obreras. Esto implica
coordinar acciones anti-coloniales, anti-racistas, anti-patriarcales y
anti-capitalistas, construyendo alternativas civilizatorias. En eso estamos,
hacía allá vamos. En suma, la lucha por la Naturaleza y la vida digna de los
seres humanos, posible sólo si vivimos en armonía con nuestra Madre Tierra,
como expresó el senador argentino Fernando “Pino” Solanas en Paris, en este
Tribunal de los Derechos de la Naturaleza, sintetiza “la causa de todas las
causas”.
Alberto Acosta es Economista ecuatoriano y
Enrique Viale abogado ambientalista argentino.