sábado, 4 de junio de 2016

La agricultura es empleo y futuro



A la PAC deben volver sus funciones de apoyo a la modernización, la sostenibilidad ambiental y la mejora social del campo...alejarla de los perversos principios del mercado.

Vinculada al territorio, la agricultura es una actividad fundamental para mantener la población y los ecosistemas rurales. No obstante, también es la gran olvidada del nuevo modelo productivo que aspiramos a construir. Seguramente algunas mentalidades todavía alimenten la creencia desarrollista que la retrata como un sector atrasado, estancado y sin futuro, aun tratándose de uno de los pocos sectores que continúa generando riqueza -pese a la fuerte crisis internacional- lo que pone de relieve su resistencia y su enorme potencial.

Las alternativas que están surgiendo son muchas y pueden ser interpretadas como un embrión del cambio necesario. Observamos el importante desarrollo de la agricultura ecológica, a partir de la cual se extiende un modelo más sostenible ambientalmente y creador de empleo. Valoramos igualmente el nacimiento de redes alternativas de consumo que acortan la distancia entre productor y comprador y que contribuyen a reducir el coste energético de su transporte sin depender de las tradicionales líneas de distribución. También destacan las experiencias que luchan por el acceso a la tierra y el mantenimiento de las pequeñas explotaciones, es el caso de las cooperativas agrarias y los bancos de tierras públicas.

Siendo todas estas experiencias muy necesarias, no llegarán nunca a ser suficientes sin un proyecto político que las sostenga y profundice. Enfrente tenemos la orientación hacia un mercado sin controles ni regulación, lo que explica el hecho de que la actual Política Agraria Comunitaria (PAC) sea incapaz de mantener los niveles de renta agraria. El contexto, así las cosas, se conforma como un escenario donde el agricultor es como David en lucha con Goliat. La consecuencia de todo ello es un marco de operaciones que obvia el reparto del valor de los productos agrícolas y un reparto justo de la propiedad de la tierra. Nada parece cuestionar, por el momento, la posición de terratenientes y grandes distribuidoras.

Disponemos de innumerables ejemplos donde son los agricultores las primeras víctimas del libre mercado. Desde la crisis del sector lácteo, generada por la negativa a prolongar el régimen europeo de cuotas, hasta los efectos del embargo ruso, donde los productores sufren los costes de la beligerante política exterior de la UE. Las grandes multinacionales de la distribución practican un expolio en toda regla, que hasta ahora ha estado amparado por las autoridades españolas y europeas de la competencia, quienes se han negado sistemáticamente a emprender acciones. El verdadero problema de la agricultura española se encuentra en esta cadena de suministro, en el mercado y en la distribución.

Denostado socialmente y víctima de clichés manidos, la realidad confirma que el empleo agrícola es indispensable, por lo que urge recuperar su importancia como motor económico en las zonas rurales. Existen alternativas a la precarización de trabajadores y trabajadoras del campo y pequeños agricultores y para ello es necesario apostar por el trabajo digno y un reparto justo de las rentas en el sector agrícola. Se han de fortalecer las organizaciones de productores y los sindicatos para que luchen por condiciones dignas en el campo a través del dialogo social. Y como han señalado la Organización Internacional del Trabajo y la FAO, la mejora de las condiciones agrícolas debe servir de motor para el desarrollo rural, junto al necesario mantenimiento y desarrollo de los servicios públicos en zonas débilmente pobladas.

De forma incuestionable -así lo vemos nosotros- el sector primario debe ser considerado un sector estratégico. En un país como España, que goza de una enorme agro-biodiversidad, la agricultura no puede ser tratada como el vagón de cola de la economía, sino que debe estar en el centro de su desarrollo. Y no es sencilla esta tarea: debe prevalecer una concepción diferente de la actividad agrícola y ganadera. Hay que frenar la liberalización del sector primario, hoy amenazado por tratados comerciales como el TTIP. A la PAC deben volver sus funciones de apoyo a la modernización, la sostenibilidad ambiental y la mejora social del campo. En definitiva, arrimar el hombro para alejar a la PAC de los perversos principios de mercado que hoy prevalecen es una labor que nos compete a todos.



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