martes, 24 de noviembre de 2009



El 25 de noviembre volvemos a reivindicar que estamos todo/as contra la violencia de género. Volvemos a congratularnos por las buenas medidas que tratan de evitarla o de controlar en su caso a los agresores. Volvemos una vez más a levantar la voz contra esta anormalidad, a buscar y atajar las causas superficiales, como pueden ser el alcohol, las drogas, la falta de comprensión o la falta de respeto hacia las mujeres.

Pero ¿Haremos reflexión, tanto en este día como en el resto del año, de cual es la raíz del problema? ¿Nos plantearemos las medidas que, de cara al futuro en el sentido más amplio, pondrían fin a este tipo de manifestaciones?

La violencia física o el acoso no es más que la punta del iceberg de una realidad de desigualdad que viene siendo aceptada por el conjunto de la sociedad. Las mujeres partimos de una situación de indefensión derivada de la discriminación de género sobre la cual sufrimos acosos de diferente tipo. Solo en casos puntuales esa indefensión genérica da lugar a agresiones físicas. Sin embargo, es aceptado como normal corregir a la mujer, ahora bien si esta hecho con respeto entonces no pasa nada.

Pues bien, para terminar con la violencia física, es obvio, que deberíamos acabar con la relación hombre-mujer tal cual esta establecida. Hablo en este caso de la indefensión que afecta a todas las mujeres, aunque afortunadamente no siempre termine siendo titular de periódico, ocupando cama de hospital o haciendo lista en los juzgados. Esta indefensión es algo aceptado como normal en nuestra sociedad. Es algo estructural a la mujer.

Es esta “violencia callada”, esta “violencia” sin violencia la que da lugar a la otra. Es la violencia sutil que contribuye a mantener la escala de valores en las relaciones hombre –mujer. Por tanto, el mayor problema no está en cuando hay un acto delictivo violento, que también; pero que ese ya está penado por la ley. La cuestión de fondo es la “violencia callada” que viene a ejercer de control social y como mecanismo para perpetuar la desigualdad en todos los sentidos y en cualquier circunstancia, dentro del hogar y fuera en la vida en sociedad.

Evidentemente de ello no es sólo responsable el hombre, sino también la mujer que acepta los valores y los ratifica con su silencio. Por ello, si deseamos hacer un cambio en profundidad en la relación hombre-mujer hemos de empezar con una autocrítica que muchas veces nos limita en la consecución de tan anisada igualdad. Somos demasiadas veces nosotras quienes asumimos como válidos estereotipos de corte machista que nos derivan a un plano de inferioridad o nos limitan en capacidades o funciones.

Una vez sabido que es una cuestión de educación en igualdad la que evita este tipo de conductas, sea bienvenido el día 25 de noviembre, igual que el 8 de marzo o cualquier otro que sirva para que las mujeres tomemos conciencia de nuestra doble explotación. Que sirva para que comencemos a hacernos a nosotras mismas y terminemos de una vez por todas con la concepción de sexo débil. Es necesario romper con el modelo imperante de feminidad, maternidad, esposa e hija para ser primero personas libres. Nuestra nueva identidad femenina está aún por hacer. Forjémosla nosotras y con ella aparecerá la sociedad igualitaria.

Fdo: Paloma Herrero Motrel.

Secretaria Provincial del PCE en Toledo.

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