martes, 21 de diciembre de 2021

 ¿Comunistas o socialdemócratas?

 

A esta altura de la historia, el movimiento comunista ha sufrido varias crisis. Por mencionar algunas, la ruptura URSS-China, el estalinismo y el XX Congreso del PCUS o las intervenciones en Hungría y Checoslovaquia. Señalemos el eurocentrismo que esto significa, como si no existieran Latinoamérica, ni Asia, ni África.

Sin embargo, es el hundimiento de la URSS el que nos hace caminar durante años como un boxeador noqueado. Fijémonos en uno sólo de sus efectos: la falta de identidad.

Durante mucho tiempo, la tarea que hemos realizado los y las comunistas es reafirmar nuestra identidad. Algo necesario pero no suficiente para cambiar la realidad. Es más, podríamos establecer el paralelismo con el periodo evolutivo de la adolescencia, donde la propia identidad y reflejarla, aunque no venga a cuento, es el impulso normal. Pero establecida la identidad, tendremos que crecer, ¿no?

Hemos vivido este periodo con muchas contradicciones. La fundamental, tener que compatibilizar la épica revolucionaria con la realidad de la “vía democrática”. Un partido litúrgico llama a la militancia a la celebración de un día señalaíto o la convoca para elegir delegadas y delegados. Recuerda cada hecho, cada fecha. Y corre el peligro de tener cuadros que se saben el nombre de las francotiradoras de Stalingrado pero no tienen ni la menor idea de lo que pasa en su barrio o en su empresa. Algo que está lejos de ser una exageración.

El Partido Comunista debe tener sus referencias, sus ejemplos a seguir. Una necesidad que hay que digerir correctamente. Porque la realidad se lucha aquí y ahora.

La constitución del Frente Popular o el llamamiento a la Reconciliación Nacional marcan la firme apuesta del PCE por el desarrollo de lo que conocíamos como “vía democrática”.

Es posible que desde determinada visión épica el desarrollo de la democracia, su ampliación -de la democracia formal a la democracia popular-, parezca una desviación socialdemócrata. O que entendamos el frente institucional como un fin en sí mismo contribuya a dibujar un panorama de traición a nuestra tradición comunista. Pero también es verdad que es una consideración muy útil para afrontar un Congreso del partido. Hay argumentos políticos que son comodines, instrumentales.

Tampoco podemos dejar de señalar que el desarrollo de la democracia, su ampliación, no sólo política sino también económica, carece de su propia épica. No me refiero al cursi “relato” tan de moda. Sino al valor político y ético que nos vincula colectivamente a una tarea política.

¿Qué hacemos en las instituciones?

Es posible que no haya preguntas más revolucionarias que “por qué” y “para qué”. Lejos de pararnos a criticar cada vez que camaradas se acomodan en las instituciones, crítica que debe hacerse en cada organización del partido, sería conveniente preguntarnos para qué estamos en las instituciones. Sobre todo porque hace mucho que sabemos que tener el gobierno no es tener el poder.

Los poderes públicos conforman una sociedad. En España hemos presenciado cómo desde los poderes públicos se ha hecho la transición entre un capitalismo nacional y una sociedad de consumo desarrollada, y el cambio de conciencia popular que la ha acompañado. ¿Es posible, desde los poderes públicos, poner las bases para una transformación social?
  
   

Lo que no podemos esperar en este momento es un cambio revolucionario. La sociedad de consumo ha cambiado la conciencia de nuestra clase (entiéndase la generalización necesaria): individualización para que el deseo de consumir sea el primer elemento social reconocible, adaptación a una forma de trabajo que nos roba la vida y no nos permite establecer raíces ni vínculos sociales y aceptación de la política como espectáculo en el que escasamente participamos.

Además, hoy nos encontramos ante una forma de capitalismo que ya no esconde que no puede prometer mejorar la vida sino que nos hace a la idea de que la crisis es la forma natural de vida, que podemos vivir aún peor. Y esta ruptura con la idea de una progresiva mejora está en la base de la desafección política entre la que navegan con comodidad los conspiracionistas y la extrema derecha.

Durante toda su vida la clase trabajadora ha visto cómo el Estado ha sido un coto privado de caza que no ha protegido a la clase sino al contrario. Los principales sistemas de redistribución (educación y sanidad públicas) son deteriorados ante nuestras narices sin que tenga ningún reproche penal ni político. Nada bueno podemos esperar del Estado tal y como está, profundizando el “sálvese quien pueda a costa de los demás”.

Prestigiar el papel redistribuidor del Estado, su papel de control de la injusticia laboral y social, es la principal tarea comunista. ¿Cómo puede hablarse de planificación económica, de justicia social, si el Estado juega a favorecer a los favorecidos? Es esta una tarea sin la que no podemos proyectar futuros cambios.

Profundizar en la democracia participativa, politizar a la clase trabajadora, desde el municipio hasta las instituciones europeas. Es imprescindible establecer lazos políticos entre la mayoría social en el seno de esta comunidad rota, de individuos aislados y de ley de la selva.

Estas y cualquier otra prioridad que nos planteemos deben tener en cuenta la realidad social en la que vivimos, asumiendo que tenemos que nadar en el sentido contrario a como el capital está escribiendo la historia.

Las políticas socialdemócratas son meramente redistributivas: de lo que hay, repartamos.

Para las comunistas, crear las condiciones para el futuro, romper con el fatalismo capitalista, demostrar que el poder alcanzado es poder para el pueblo, va más allá de la mera asignación de recursos.

Un trabajo para siempre es el esfuerzo por crear mayorías sociales, también mayorías electorales, capaces de realizar cambios, que el partido desarrolle las técnicas políticas necesarias, analizando la realidad y proyectando el futuro. Complejo trabajo que requiere de estrategias de comunicación, de relación, de militancia y de planificación que superan este artículo. Un artículo en el que, con pocos recursos, intento explicar la necesidad de elaborar colectivamente una épica de la construcción de la democracia.

 LUCINIANO RODRÍGUEZ  

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