lunes, 29 de noviembre de 2021

 Organizar la rabia


Con los contenedores quemados en Cádiz están defendiendo los derechos de toda la clase trabajadora

 A nadie le puede sorprender lo de Cádiz si tiene un pie en la calle y una oreja en las conversaciones de los bares, las peluquerías, las panaderías, los vestuarios de las fábricas y de los talleres o en la esquina a la salida del supermercado donde las trabajadoras y los trabajadores se fuman el cigarrillo.

Desde 2008 la situación cotidiana de la clase trabajadora va empeorando cada vez más: peores servicios públicos, alquileres más caros, peores salarios y condiciones de trabajo… No sé cómo se explicará con datos, lo que sí sé es que es una afirmación compartida y vivida por la mayoría de la población. Se palpa en el ambiente. Ni siquiera eres un afortunado ya cuando encuentras trabajo porque supone reducirte a la nada, a vivir para primaria, en las principales ciudades del país la cita previa para pedir el subsidio de desempleo tarda más de un mes (el plazo legal son 15 días), se van a cargar a todos los sanitarios que pusieron de refuerzo para el COVID, no hay tren ni se le trabajar: larguísimas jornadas, traslados interminables al centro de trabajo y salarios de subsistencia. Enfermedades laborales físicas y psicológicas. Si no encuentras a quien venderle tu alma al firmar un contrato, que no se va a cumplir, pasas a engrosar las filas del paro. Sensación de inutilidad y de aislamiento social en un país cada vez más individualista, más neoliberal, más falsamente meritocrático. Si tienes un problema es tu responsabilidad. Y la puntilla es que los servicios públicos cada vez están más débiles. Hay provincias donde ni siquiera dan citas de atención espera para millones de españoles…

La clase trabajadora está al límite y enfrente nos encontramos con la burguesía echada al monte. Durante la crisis de la pandemia se les obligó a ceder mínimamente: a cerrar dos semanas y a no poder salir a la calle, a sacrificarse por la sociedad como hicimos el resto. La cuestión es que la burguesía en España no ha cedido nada en 200 años y están tomando nota de ello. Con la judicatura a su favor y un partido que representa su programa de máximos en el Parlamento es bien difícil que se les arranque alguna conquista social. Lo quieren todo, hasta el último céntimo de plusvalía.

   

La ley vigente ni se cumple, ni protege a los trabajadores, ni los que la dictan son neutrales. Ni se trabajan ocho horas, ni se cumplen las medidas de seguridad laboral, ni se respetan las horas de descanso entre turnos, ni se pagan las horas extras y un largo etcétera. Dijo Marcelino, con más razón que un santo, que la democracia conquistada en el 78 se había quedado en la puerta de las fábricas. En el centro de trabajo la única ley que existe es la correlación de fuerzas entre el empresario y la plantilla. Hasta fue noticia que la ministra de trabajo mandara inspectores para hacer contratos indefinidos, es noticia lo que debería ser norma. Cada vez la justicia está menos valorada entre la población. Y los cauces de representación política están quemados. Podemos y Unidas Podemos existen como estructura y como partido. Pero lo que supuso Podemos, la posibilidad de ruptura con el actual sistema político, está acabado. Y eso para las capas populares que confiaron en esa posibilidad ha sido una traición. Quien no se lo crea que revise los porcentajes de voto en las manzanas más humildes de nuestro país. Nadie les avisó de que el Estado, por muy democrático que sea, que en el caso de España no lo es, y gobierne quien gobierne, obedece siempre a los intereses de los poderosos, de los poderes fácticos, de la oligarquía. Sí se puede, claro que se puede doblarles el brazo a los poderosos, pero no así.

La diferencia abismal entre la vida y las miserias cotidianas frente al lamentable espectáculo político y la farsa judicial hace que la clase trabajadora este hasta las narices.

El único camino


Y en este contexto social concreto es cuando ante un conflicto por la negociación de un convenio, el del metal de la provincia de Cádiz, se han encendido las calles. Y encima arden las calles legítimamente o así de momento se esta percibiendo entre la ciudadanía gaditanaKichi, el alcalde, y el grupo musical Andy y Lucas han mostrado no solo su apoyo a la movilización sino también a la forma de lucha. El mensaje esta claro, o se queman contenedores o en Madrid (el poder central) no te hacen ni puto caso. No es casual que en 2020 el documental El año del descubrimiento, que narra los conflictos obreros que se dieron en Cartagena en 1992, ganara el premio Goya. Su conclusión es similar: para que se salvaran cientos de trabajos en la ciudad hubo que prenderle fuego al Parlamento autonómico.

En la memoria de la clase obrera de este país esta la lucha. La clase trabajadora no es gilipollas ni inútil. Se sabe, quizá no se explícita a través de una reflexión consciente, que gracias a la lucha, a las huelgas y a la movilización tenemos lo que tenemos. Otra cosa es el estado de ánimo para llevarlas a cabo y el conformismo con la actual situación. Pero ese conformismo tiene un límite como estamos viendo en la lucha de los trabajadores del metal de Cádiz.

Y la movilización no se decreta, eso lo sabe perfectamente cualquier activista, sindicalista o militante que ha estado en la gestación y organización de manifestaciones o acciones. Puedes planificar, construirte escenarios y marcos, pero hay un punto de salto cualitativo, de estallido de todas las contradicciones que es imposible medir. Hay muchos indicios que nos están señalando el hastío y la situación al límite de la clase trabajadora. Explosiones de frustración incontenible. La conclusión, nuestra conclusión como comunistas: organizar la rabia. Potenciar el conflicto, extenderlo, concienciar en lo colectivo. Los contenedores quemados en Cádiz están defendiendo los derechos de toda la clase trabajadora. Convencer a nuestra familia, amigos y compañeros de trabajo: la violencia es no tener trabajo o, si lo tienes, no llegar a final de mes. La contundencia en las movilizaciones no es el camino elegido por los trabajadores, es el único camino que está dejando la patronal para garantizar nuestros salarios y nuestro trabajo. Orientar el conflicto no solo a la necesidad de un convenio digno sino a la necesidad de romper con el régimen político actual. Para que no estemos condenados únicamente a la protesta y a la pataleta, a quemar cíclicamente contenedores, a estallar de rabia, a comernos nuestra propia frustración y a golpearnos frente a un sistema político y económico que nos explota.

 VÍCTOR SERGIO BENEDICO GÜELLResponsable del Núcleo de Industria del PCE Aragón 

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