Movimientos sociales: El mundo
de abajo crece en silencio
Los mundos nuevos nacen por contagio y
por necesidad, sin seguir las instrucciones de los manuales partidarios, ni las
recetas predeterminadas de viejos o nuevos líderes.
Los mundos nuevos nacen por contagio y
por necesidad, sin seguir las instrucciones de los manuales partidarios, ni las
recetas predeterminadas de viejos o nuevos líderes.
Hay vida (y lucha) más allá de las elecciones. En
nuestros países (Argentina, Uruguay), desde los focos mediáticos hasta las
conversaciones entre militantes de los movimientos sociales están centrados y
concentrados en las próximas jornadas electorales, con la esperanza de que,
esta vez sí, habrá cambios. Aunque sabemos que esos cambios no vienen de arriba
y que los verdaderos son los que construyamos desde abajo y por abajo, una y
otra vez nos dejamos arrastrar por los fuegos artificiales de las elecciones.
Volvemos a diluir nuestra potencia del hacer desde abajo en la delegación del
Poder hacia arriba…
Sin embargo, los pueblos de América Latina siguen
construyendo sus mundos otros, muy lentamente, a contracorriente, en la
oscuridad de la vida cotidiana, lejos, muy lejos, de las campañas que derrochan
recursos y discursos.
¿Quién pudo enterarse de que este año se creó la
Guardia Indígena Comunitaria “Whasek” Wichi en el Impenetrable, en el Chaco,
Argentina? ¿Quién sabe de la creación del Gobierno Territorial Autónomo de la
Nación Wampis, en el norte del Perú, camino que comienzan a recorrer otros tres
pueblos amazónicos?
¿Cuántos medios han informado de que el pueblo mapuche
en el sur de Chile ha recuperado 500.000 hectáreas por acción directa desde la
década de 1990, cuando se restauró la democracia para arrinconarlos con la
aplicación de la ley antiterrorista heredada de la dictadura de Pinochet, pero
luego aplicada igualmente por gobiernos progresistas y conservadores?
¿Dónde leemos acerca de la tremenda lucha de los
tupinambá del sur de Bahía (Brasil), que en pocos años recuperaron 22
haciendas, miles de hectáreas, pese a la represión y las torturas a sus
dirigentes?
¿Cuándo le dedicamos algún tiempo a comentar la
victoria de las 30 comunidades de Molleturo (Azuay, Ecuador) que consiguieron
frenar a la minera china Ecuagoldmining, luego de quemar el campamento? ¿Quién
habla del reciente triunfo campesino de todo el Valle de Tambo, ante el
proyecto cuprífero Tía María, en el sur de Perú?
Ahora vemos cómo los pueblos mayas del sur de México,
organizados en el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), pasaron a
la ofensiva y rompieron el cerco militar e informativo del gobierno mexicano de
la autodenominada “Cuarta Transformación”, creando siete nuevos caracoles y
cuatro municipios autónomos, con los que suman ya 43 espacios de autogobierno
zapatista en esa región.
El gobierno de Andrés Manuel López Obrador (AMLO)
saludó y otorgó “su aprobación” a los nuevos municipios autónomos zapatistas,
no sabemos qué responderán los y las zapatistas, pero podemos observar que en
todos estos años fueron construyendo de hecho su autonomía en los territorios
insurgentes donde se encuentran sin la necesidad de la aprobación de ningún
gobernante.
Los Acuerdos de San Andrés firmados en el año 1996 y
que reconocían la autonomía de los pueblos indígenas de todo México fueron
negados y traicionados por cada uno de los sucesivos gobiernos; esto no impidió
el crecimiento de la autonomía en territorio zapatista y en decenas de municipios
autónomos de otros pueblos indígenas del país. Más que aprobar o no, de
palabra, estos procesos de autonomía, el gobierno de AMLO bien podría poner en
práctica los Acuerdos de San Andrés y dejar que siga floreciendo la autonomía
indígena en vez de continuar y fortalecer el cerco policial y militar a las
comunidades en rebeldía, tal como vienen denunciando las propias comunidades
indígenas de Chiapas, tanto las zapatistas como muchas otras no zapatistas.
Para nosotros estos hechos son motivo de la mayor
alegría y nos llenan de entusiasmo y esperanza, ya que confirman la decisión
política de construir abajo con las y los de abajo, de forma autónoma, nuestra
salud y nuestra educación, nuestros espacios de vida y nuestra justicia, en
base a los poderes propios que hemos creado por fuera del Estado.
Han conseguido romper el cerco que decenas de miles de
militares mantienen desde el levantamiento del 1 de enero de 1994, cuando el
gobierno decidió movilizar la mitad de sus efectivos para rodear y cercar a las
comunidades rebeldes autónomas zapatistas. ¿Cómo han sido capaces los y las
zapatistas de multiplicarse, de salir del cerco y construir más mundos nuevos?
Como lo hacen siempre las y los de abajo: “Compañeras de todas las edades se
movilizaron para hablar con otras hermanas con o sin organización”, explica el
subcomandante insurgente Moisés en su último comunicado. Las mujeres y los
jóvenes son quienes fueron a conversar con sus semejantes de otras comunidades,
no para convencerlos, porque las y los oprimidos saben de sobra quiénes son,
sino para organizarse juntos; para autogobernarse juntos.
En esa movilización silenciosa entre los abajos,
comprobaron que las limosnas de los gobiernos (eso que aquí llamamos con cierta
pompa “políticas sociales” y que no es más que contrainsurgencia) lastiman la
dignidad por el desprecio y el racismo que implican. Los mundos nuevos nacen
por contagio y por necesidad, sin seguir las instrucciones de los manuales
partidarios, ni las recetas predeterminadas de viejos o nuevos líderes.
¿Cómo hemos perdido la “capacidad más linda del
revolucionario”, la de sentir “en lo más hondo, cualquier injusticia realizada
contra cualquiera, en cualquier parte del mundo”, como decía el Che? ¿Por qué
ya no nos alegrarnos cuando, en cualquier parte del mundo, los de abajo ponen
su dignidad como escudo ante los poderosos, levantando mundos otros, como los
kurdos del norte de Siria?
Las personas militantes necesitamos reformar nuestros
sentidos y sentimientos de vida, reencontrarnos con nuestros propios fuegos y
retomar la lucha más allá de los fuegos artificiales de las elecciones, volver
a confiar en nuestra propia potencia y autogobernarnos a distancia del Estado,
desalienarnos y descolonizarnos para caminar junto, no delante marcando línea,
hombro con hombro con las rebeldías que siguen (re)emergiendo desde abajo y por
abajo en toda Nuestra América.
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