Solo el pueblo salva al pueblo: Red solidaria de
acogida de refugiados en los barrios de Madrid
El concepto de solidaridad y apoyo mutuo
es eminentemente político y va ligado de manera inevitable a las relaciones
sociales desde la horizontalidad. La adhesión a causas ajenas a través de la
empatía para lograr una unidad basada en metas comunes, es la herramienta de
acción principal que se desarrolla entre el pueblo trabajador cuando nos
encontramos en situaciones de exclusión por parte del sistema. Supone un
comportamiento generador de una tendencia política horizontal, y sin restarle
reconocimiento a la individualidad, fomenta que nuestra perspectiva sea
incluyéndonos desde nuestra individualidad en el contexto social colectivo. El
capitalismo es la mayor organización criminal del planeta, y sus crímenes no
son hechos aislados de lo social y lo cultural. Asumimos en general sus armas
con una normalidad pasmosa y reivindicamos silenciosamente sus prácticas
asesinas porque lo hemos interiorizado ya desde hace algunas generaciones.
Estos discursos tan escuchados últimamente de la intolerancia a menores
extranjeros, el sálvese quien pueda o el miedo al otro, son los principios
ideológicos que descifran el racismo y el rechazo a la pobreza.
En cambio, son los lazos sociales
solidarios los que dan cohesión a una comunidad, que empoderan a ese colectivo
humano, que siente que sus decisiones dependen de sí mismos, y no de otras
entidades en quien delegar su vida. La solidaridad no debe ser asistencialismo
en un mundo que se cae a pedazos, pero es necesario comprender la emergencia de
determinadas situaciones extremas a las que algunos grupos sociales son
arrastrados y donde las vidas están en juego. ‘Solo el pueblo salva al
pueblo’ no es solo una frase original para decorar las paredes de los
barrios humildes de Madrid, es el sentir y la manera de actuar de muchos
vecinos y vecinas de nuestra ciudad ante la exclusión que generan las
instituciones perpetuando desigualdades. Actualmente grupos vecinales y
parroquias como la de San Carlos Borromeo en el barrio de Vallekas, se vienen
organizando para ayudar a sobrevivir a centenares de familias refugiadas que
viven en las calles de nuestra ciudad sin lugar donde dormir.
Se ha compartido mucho una imagen del
mes pasado en el barrio de La Latina, en la carrera de San Francisco 10, donde
familias completas de refugiados pasaban las noches frente a la sede del Samur
Social de Madrid para solicitar asilo. Anteriormente cientos de vecinos/as se
concentraron frente a la Junta Municipal del distrito denunciando la inacción
de unas autoridades que les importa bien poco la situación de exclusión social
generadas por el capitalismo. La manifestación coincidía con una huelga de 24
horas de los/as trabajadores/as del Samur Social ante la falta de recursos para
cubrir la demanda de servicios sociales. En el mes de diciembre esta situación
tuvo su punto álgido en el 18 de diciembre, Día Internacional del Migrante, que
reunió por la tarde a dos centenares de personas en el metro de La Latina. De
esta manera el vecindario se unió a estas reivindicaciones politizando una
cuestión que habitualmente es tratada de manera muy secundaria.
Esa fotografía se repite cada noche, y
en tiempos navideños era inevitable hacer la comparación con la narrativa
cristiana de una familia de refugiados buscando posada, sin embargo, la
realidad actual supera a la ficción y muchas de esas familias son
criminalizadas por los sectores sociales más reaccionarios y con tufo a
incienso de misa. Que los servicios de emergencia estén colapsados no es una
novedad, decenas de miles de personas refugiadas han solicitado asilo durante
este año pasado. Las redes de acogida y la asistencia del vecindario de los
distintos barrios de Madrid, impiden que muchas más de todas esas personas
tengan que dormir en la calle, pero no es suficiente para atajar el problema de
fondo profundamente político.
El sistema capitalista que sufrimos
arrastra a grupos enteros de población, habitualmente quienes acumulan más
opresiones y condiciones de exclusión, a sobrevivir de la asistencia de otros
grupos de población igualmente humildes pero definitivamente en una situación
social menos urgente para asegurar su vida. El problema no son solo las leyes
de extranjería enérgicamente xenófobas, ni tampoco saber dónde acoger a gente
huida por razones económicas y políticas de otras partes del mundo, porque
infraestructuras y coordinación suficientes sí que existen, pero no
voluntarismo político. Un grave problema es que el Estado está acostumbrándose
demasiado a que las clases populares hagan el trabajo de asistencialismo que
durante decenas de años nos decían que las instituciones mismas aseguraban.
Se carga sobre los hombros de otras
personas trabajadoras la responsabilidad de no permitir que colectivos humanos
migrantes mueran de frío en nuestras calles, y si lo hacen que sean con el
mayor silencio posible para no alterar el ritmo de la ciudad cosmopolita y
abierta que se quiere vender en la propaganda turística. Detrás de ese
ejercicio de humanidad es necesario espolear una crítica no solo en el corto
plazo; no solamente señalando a las instituciones y discursos ideológicos que
favorecen ese abandono, sino reconquistar parcelas y herramientas robadas por
el sistema capitalista para sentar las bases de una transformación integral. La
acción política solidaria debe superar las reformas parciales asistencialistas
que sean exclusivamente poner parches a situaciones sociales extremas para que
no acaben estallando como parte de la confrontación de clase ineludible. Como
dijo la pensadora socialista alemana Rosa de Luxemburgo, necesitamos ‘un
mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente
libres’.
kaosenlared
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