De la limosna a la justicia
LA DESIGUALDAD COMO CONSECUENCIA DE LA CODICIA Y LA CORRUPCIÓN
Hay determinadas épocas del año, especialmente el tiempo navideño que se aproxima, en las que nos volvemos más generosos y benevolentes y, por tanto, más predispuestos a la caridad, tanto la cercana como la que solicitan las ONG que aprovechan el momento para intensificar sus campañas. La frecuente presencia de activistas callejeros de estas organizaciones nos invita al apoyo económico de todo tipo de causas humanitarias.

Auténtica solidaridad
Mientras la solidaridad quede restringida a opciones personales, el sistema dormirá tranquilo pues verá cómo los pobres que genera tienen quién les socorra y además sin cuestionar el por qué de la pobreza. Hoy, que disponemos de información abundante sobre la situación en el mundo, es el momento de interrogarnos honestamente por la raíz de las diferencias sociales. No será difícil encontrar, junto a la corrupción, un comercio desigual que fija los precios de las materias primas lejos de los países de origen, que coloca barreras y aranceles a sus exportaciones, que les impone monocultivos y destruye su diversidad y recursos, que retiene las patentes o que traslada fábricas a los países del Sur para pagar salarios ínfimos e imponer duras condiciones de trabajo. Una voluntad decidida de terminar con la pobreza llevaría a generar unas condiciones de intercambio justas, la reducción/supresión de su deuda y la restitución de nuestros saqueos coloniales y postcoloniales. La aplicación del 0,7% (que hasta la fecha sólo cuatro países llevan a cabo) y las tasas a las transacciones financieras y especulativas (Tasa Tobin) podrían ayudar a disponer de cantidades suficientes para acometer, junto a adecuados planes de formación, definitivos proyectos de desarrollo integral.
La erradicación de la pobreza debe ser hoy la principal tarea para todo hombre o mujer de buena voluntad. Es un problema político y la tarea, por tanto, será la de apoyar a organismos y programas cuyo eje sea la justicia. Hoy sí sabemos cómo se puede terminar con la pobreza (cosa que no siempre fue posible), tenemos recursos y tecnología y lo único que falta es voluntad. Tengámoslo en cuenta cuando ejercitemos nuestro voto pues no todas las opciones son iguales: votemos a quien, decididamente, se comprometa con la erradicación de la pobreza. Nuestras nuevas autovías y trenes de alta velocidad pueden esperar y buena parte de los gastos militares y otras subvenciones inútiles podrían tener mejor destino.
Y paralelamente extendamos una cultura de auténtica solidaridad con los desfavorecidos. Las ayudas inmediatas pueden resultar necesarias en algunas ocasiones pero que no empañen el problema de fondo, el establecimiento de mayores cotas de justicia que nos hagan más dignos y refuercen la fraternidad entre las personas y los pueblos.